Quilombo

Concepto de Quilombo

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¿Qué es, Qué Significa y Cómo se Define Quilombo?

La palabra quilombo tiene siglos de uso en Argentina —donde llegó desde el bantú angoleño a través de Brasil. Un quilombo era, al principio, una de esas poblaciones de fortuna que armaban, en selvas y sierras retiradas, esclavos negros que huían de sus cadenas. A veces esos pueblos duraban meses, años; otras, décadas, siglos. Para el orden blanco colonial eran lugares de desorden, de cierta perdición; de ahí, seguramente, que la palabra pasó, en Buenos Aires, a significar prostíbulo.

Y de ahí, a principios del siglo XX, a valer por “lío, barullo, gresca, desorden” —como dice hoy la RAE. El proceso es habitual: quilombo, en argentino, funciona igual que bordel en francés, casino en italiano: una voz coloquial que se empleó primero para decir casa de putas y pasó, de ahí, a señalar un caos, un follón —que también viene de follar.

En todo caso, quilombo se quedó en la Argentina, no viajó. Hace muy pocos años, en España, nadie la decía —ni la entendía. Hubo, claro, aquí, palabras argentinas que se aclimataron: fue desaparecido, fue gambeta, fue entraña, fue pibe, fue un escrache. Pero quilombo no formaba parte. Me impresiona —con perdón— pensar que yo la vi llegar.

O, por lo menos, imponerse. La palabra quilombo estaba entrando pero recibió su sanción definitiva en esa definitiva vergüenza de la argentinidad que fue aquel partido entre ­River y Boca que la Argentina no fue capaz de organizar y ­debió emigrar hasta Madrid. La víspera del partido, la palabra consiguió la residencia: un diario deportivo tituló en su tapa “Quilombo en el Bernabéu”, y no creyó que debiera explicarlo.

Últimamente la he oído muchas veces: ahora forma parte. No es casual que quilombo sea una de las palabras más representativas de la Argentina actual: resume esa sensación de confusión y descontrol —el mundo como arena entre los dedos— que hoy nos aflige tanto. Y no es casual que se retome: la sensación —con más o menos fuerza— está por todos lados.

Y va a quedarse por un tiempo. Como todas, la palabra quilombo seguirá circulando mientras diga algo que hace falta y no aparezca una mejor, una que aporte esa impresión de que quien lo dice está en el ajo. Porque para eso sirven, sobre todo, las palabras: para ponerte en un lugar, para tratar de parecer esto o lo otro. Aunque siempre —unas más, otras menos, pero todas— se te van de las manos o la boca, trabajan por su cuenta: son, en buen argentino, «pa quilombo». 

Fuente: el Pais Semanal

Quilombo en Argentina

Los argentinos solemos presumir, entre otras cosas, de tener las mujeres más lindas y la avenida más ancha del mundo. Para cualquier observador neutral, lo primero es indiscutible. Lo segundo, en fin, si lo es, lo es de a ratos. El martes no lo fue ya que un grupo de organizaciones sociales resolvió cortar por cuatro días esa avenida, la 9 de julio, que también es la más importante del país y el principal ingreso a su capital: piden mayor asistencia estatal. Además, por segunda semana consecutiva, la educación pública está parada por reclamos docentes y no parece haber solución cercana a ese drama. Por si fuera poco, los trabajadores que se trasladan en motocicleta harán su propia marcha por reivindicaciones propias. O sea, casi no hay esquina del centro de la capital que no esté trabada. El resto de los sindicatos está dividido: un grupo anunció un paro general para el 30 de marzo, el otro parece que lo hará para el 6 de abril. Así las cosas, la popularidad del presidente Mauricio Macri ha caído de manera abrupta y le quedan aún larguísimos tres años de Gobierno.

«Kilombo», o «quilombo» según quien lo escriba, es un vocablo de origen angoleño que se utilizó en distintos lugares de América para definir concentraciones de negros africanos, de esclavos libres, que se reunían, por ejemplo, alrededor de una fuente de agua potable. En la Argentina, en los tiempos de la colonia, los prostíbulos más baratos ofrecían los servicios de empleadas africanas y, por eso, los bautizaron también como «quilombos». Con el tiempo, el argot argentino, el lunfardo, tal vez con cierta carga prejuiciosa, fue imponiendo la palabrita para definir cualquier tumulto, situación caótica, desorden inmanejable, pelea. Ya nadie dice en Buenos Aires: «Esto es un desorden inmanejable, un caos» o «qué tumulto». La expresión más común es: «Esto es un kilombo» o «Qué quilombo se armó». En fin, que la Argentina, como tantas otras veces en su historia reciente, se ha transformado en un quilombo, un kilombazo, un recontra kilombo, un reverendo kilombo, como lo diría en Buenos Aires un preso común, un doctor en filosofía o un periodista inculto.

Resulta imposible establecer un solo significado del término quilombo en Argentina, Incluso es posible que cada vez que se lo usa se quiera decir una cosa diferente. Se trata de uno de los términos más utilizados en las calles de Buenos Aires y también en el interior del país, aunque muchos argentinos ni siquiera sepan su origen y sus diferentes usos. La Real Academia Española la define como “Lio, barullo, gresca, desorden”, aunque en el sur americano adquiere algunos significados más.

Quilombo se le llama a cualquier ocasión conflictiva, de difícil resolución (sobre este último concepto, véase una definición, en este diccionario). Pero también existe una acepción positiva. Una fiesta muy divertida puede ser un gran quilombo, también puede serlo una idea renovadora y, en ocasiones, puede tratarse hasta de una amenaza. En Argentina, todo es según cómo se diga, de qué manera el histrionismo envuelve al término. “Es de esas palabras valija. Palabras que o combinan distintas palabras o combinan distintos conceptos. En cierto sentido son un empobrecimiento del lenguaje y un enriquecimiento de la figuración”, dice José Luis Fernández, investigador y docente de la Universidad de Buenos Aires. “No sos porteño si no decís quilombo”, explica.

El lunfardo es considerado el argot bonaerense, y se usa en forma muy habitual. Se nutre sobre todos de términos que llegaron con la inmigración, tanto europea, como africana, aunque es también lenguaje carcelario. Es tan importante en la cultura local que la licenciatura en folclore de la Universidad Nacional de las Artes tiene al lunfardo como materia obligatoria. El titular de esa cátedra es el académico Oscar Conde, quien recuerda que “la palabra quilombo se introduce en Buenos Aires a mediados del siglo XIX, antes de la creación del tango y del surgimiento del lunfardo. En las épocas donde germina el tango puede llegar a aparecer, pero no en las letras sino en poemas anónimos o milongas. Hay testimonio de eso en un libro que publicó el alemán Robert Lehmann-Nitsche, en 1923, y acá se tradujo recién en 1981 con el nombre Textos eróticos del Río de la Plata. Ahí se lee la palabra quilombo en varios poemas, pero solo con la acepción prostibularia”. Prostíbulo es otro de los significados que recibe la palabra.

¿Pero cuál es su origen? Viene del Quimbundo, la lengua de los bantúes del centro y el norte de Angola, de la cual también viene ‘milonga’, y tiene que ver con la idea de unión (sobre este último concepto, véase una definición, en este diccionario). “En el siglo XVII se llamaba quilombos a las poblaciones de esclavos fugitivos de las plantaciones. Eran lugares que fortificaban para defenderse de los amos que iban a buscarlos. Hubo muchos quilombos en Brasil y uno fue muy famoso, el Quilombo dos palmares, en el estado de Alagoas. Resistió durante mucho tiempo bajo la dirección de un esclavo llamado Zumbí hasta que cayeron derrotados en 1695”, dice Conde.

“En situación de queja, ante una larga fila de un trámite nos miramos entre los porteños y decimos ‘esto es un quilombo’”, describe Fernández, “En términos generales, presupone una opinión, no es descriptivo, porque nuestra sociedad es mucho más prescriptiva y argumentativa que descriptiva. No decimos ‘llueve’, podemos decir ‘es como que llueve’. La segunda frase agrega una interpretación psicológica, lo cual indica que no hablamos de los fenómenos sino de su causalidad y su destino”. “Ya sabemos que no hay ninguna palabra que tenga significado en sí”, agrega Conde, “Las palabras y las imágenes son pasajes de sentido. Podes meter quilombo en una declaración de amor y en una de guerra. Las palabras no tienen significado propio, lo que importa es entender el sistema de intercambio discursivo. Quilombo es como todas las palabras, una nota musical con un significado más o menos estable”.

“Hacer quilombo no es lo mismo que tomar el poder, cortar las calles y destruir vidrieras. Es un concepto paraguas y eso permite entender que la sociedad tiene un número indeterminado de situaciones conflictivas. Es un término que permite hacer un primer ordenamiento. El problema es cuando eso se convierte en palabra política de gestión (sobre este último concepto, véase una definición, en este diccionario). Cuando Francisco dice ‘hagan lío’ (aquí hubiese sdicho hagan quilombo), está genial, pero si después encuentro a un tipo rompiendo una iglesia diciendo que el Papa dijo que hagamos lío, hay que explicarle que no se trata de eso”, dice el lingüista.

Para conocer a los porteños, quien mejor que un taxista, esos que conducen verdaderos bancos de sonidos citadinos. Sobre todo uno con experiencia, como Eduardo Stizza, que maneja desde hace 30 años unas 12 horas por día. Aproximadamente, unas 90.000 horas de de su vida. “Quilombo es una de las palabras que más usamos. Yo mismo la utilizo muchísimo. Si el que va atrás te habla del país, es un quilombo; si te habla del tránsito, es un quilombo, de la AFA y [Jorge] Sampaoli es un quilombo, los derechos humanos, las tarifas, la inflación; y si te habla de su propia vida también es un quilombo. En realidad no es culpa de la palabra, es culpa de la realidad”, resume antes de cobrar y quejarse porque recibe un billete de 500. Ese que después es un quilombo cambiar.

Fuente: el pais

Quilombo en la Enciclopedia Jurídica

Quilombo en la Enciclopedia Argentina del Derecho

Puede encontrar información útil en:

3 comentarios en «Quilombo»

  1. Diversos medios de Argentina señalan que el dueño de un correo privado le dijo a un sindicalista: “Si va a haber quilombo, que haya”; un guitarrista define a su propia banda como “un caos total, todo esto es un quilombo”; y el hijo de un actor se refiere a una obra de su padre como “un quilombo en el que mi papá se divertía”.

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  2. Los argentinos, a los golpes, nos hemos acostumbrado a nuestro kilombo. Sabemos que la marea sube y luego baja y que cada país, en todo caso, tiene el suyo. Pero eso no quiere decir que las cuentas no se paguen. Para ver la película en su real dimensión basta analizar una cifra. A mediados de la década de los setenta, solo un 5% de los habitantes eran pobres. El último estudio informa de que esa cifra creció, ¡al 33%! La educación pública argentina era un elemento integrador ejemplar en el continente. En la última década, la educación privada creció un 25%, mientras la pública cayó una décima parte. Cada vez más, los ricos aprenden con los ricos, la clase media con la clase media y las escuelas públicas reciben a los chicos más pobres. Y todos, cuando analizan la cuestión, coinciden en algo: «La culpa es del otro».

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  3. Tal vez, pensándolo bien, sea injusto llamar kilombo a todo esto. No hay demasiada evidencia histórica de que aquellos prostíbulos de la colonia fueran, en realidad, un kilombo. O, como bien argumenta un muy prestigioso historiador: «Muchos prostíbulos son infinitamente más ordenados que ciertos países».

    Es lo bueno de los buenos investigadores: saben darle a cada uno lo que es de cada quien.

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